En el mercado argentino, nada se crea, nada se destruye; todo se devalúa o se maquilla.
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La nueva fe argentina: el riesgo país reemplazó a la industria como símbolo de éxito nacional.
Imagen creada con inteligencia artificial
El truco es perfecto; mientras los gráficos suben, el país se hunde. La economía argentina vive su propio régimen de simulación, donde los datos positivos existen, pero su significado es vacío. Se acumulan titulares, no reservas. Se celebra la “confianza del mercado”, aunque ese mercado sea el mismo que compra, vende y huye en la misma jornada. Como bien advertía Appadurai, el capitalismo financiero no necesita mentir; basta con narrar el futuro como si ya hubiera sucedido.
El nuevo relato del mercado: estabilidad como performance
Nadie gobierna hoy Argentina; la administra la expectativa de los mercados.
Y los mercados -como cualquier espectador exigente- no exigen resultados, sino un buen guion. El ministro Caputo lo entendió mejor que nadie; el secreto no está en acumular reservas, sino en acumular titulares positivos. Así nació el relato de la “normalización monetaria” y la “disciplina fiscal”, esa liturgia donde la austeridad se vende como milagro.
El discurso oficial asegura que “se derrotó la inflación”, “se estabilizó el dólar”, y “se recuperó la confianza”. Pero los datos duros muestran otra historia:
- La demanda de divisas para cobertura alcanzó los u$s46.000 millones entre abril y octubre.
- En septiembre, la compra privada de dólares llegó a 6.000 millones, neto del gasto tarjetas del exterior.
- Y las reservas netas, como dijimos, siguen 10.000 millones abajo-negativas-
El equilibrio que se celebra no es económico, sino mediático.
El gobierno vende estabilidad del mismo modo que una fintech vende futuro; con diseño gráfico y narrativa. En ese marco, la baja del riesgo país se convierte en símbolo de éxito, aunque no implique nada tangible para el ciudadano, ni la acumulación de reservas. Es como un rating que brilla en la pantalla mientras la heladera se vacía y las arcas del BCRA frotan el fondo de la cacerola.
La ficción es total; se simula un superávit fiscal mientras el Tesoro enfrenta vencimientos en pesos por 51 billones de pesos (unos u$s36.000 millones) en apenas tres meses. La última licitación previa a la elección logró rollover del 57%, inyectando 4.5 Billones de pesos frescos a una economía que jura “no emitir”. Todo se sostiene con promesas; las devaluaciones se posponen, los intereses se capitalizan y la pobreza se monetiza.
En ese marco, Appadurai vuelve a ser imprescindible; el mercado no observa la economía, la imagina. Y en la Argentina de 2025, la imaginación financiera es el único motor real de crecimiento. Cada dato, cada gráfico, cada discurso técnico, es una performance cuidadosamente curada para convencer a los fondos de inversión de que la catástrofe está bajo control. El riesgo país baja-J.P. Morgan lo fija-; sí, pero no porque haya solvencia; baja porque J.P. Morgan ayuda y los bonistas creen que el truco todavía funciona.
Mientras tanto, el pueblo observa desde la tribuna del consumo:
- El boleto de colectivo ya supera los $570,
- El subte $1.157,
- La luz y el gas aumentan 3,8% promedio,
- Y los alquileres que dejan la Ley vieja suben 42% para los que aún tienen contrato.
Pero los funcionarios hablan en otro idioma. No dicen “ajuste”, dicen “anclaje fiscal”. No dicen “recesión”, dicen “moderada mejora de la actividad”. No dicen “devaluación”, dicen “normalización del TCRM”.
La economía se ha convertido en una obra de teatro financiero donde el guion se escribe en inglés técnico y la audiencia -los argentinos de a pie- apenas entiende que el acto termina siempre igual; con inflación, deuda y desilusión.
La épica del carry trade: cómo fabricar una fiesta con dinero prestado
Si la Argentina de los años noventa fue el laboratorio de la convertibilidad, la de Milei y Caputo es el laboratorio del carry trade moralizado; un mecanismo de arbitraje elevado a categoría de virtud republicana. Ya no se llama “bicicleta financiera”, porque esa expresión remite a los noventa y al remordimiento. Ahora se llama “normalización monetaria”, “flujo de capitales de portafolio”, o “restauración de la confianza inversora”. La semántica, como enseñaría Appadurai, es el primer instrumento del poder; cambiar las palabras es cambiar la realidad, y nada se alquimiza más fácilmente que la deuda cuando se la disfraza de flujo.
En esta nueva liturgia de la ganancia instantánea, el dólar se vuelve el único dios tolerado.
El régimen Milei-Caputo ha conseguido lo que ni Menem ni Macri lograron; legitimar el arbitraje financiero como patriotismo. Cada fondo que entra con dólares prestados es recibido como “señal de confianza”, aunque su única intención sea cobrar tasa y salir antes del crash. El Ministerio de Economía no dialoga con industriales ni con trabajadores; conversa con PIMCO, BlackRock y Bessent -los oráculos del Tesoro-, que administran los flujos de corto plazo que hoy sostienen la respiración del sistema.
La compra privada de dólares en septiembre superó los u$s6.000 millones, totalizando 26.843 millones de dólares en siete meses. En paralelo, la demanda de cobertura cambiaria alcanzó 46.000 millones de dólares, y el déficit de la cuenta financiera llegó a 5.600 millones de dólares. Nada de eso asusta al mercado; en el manual de la especulación, todo déficit es una oportunidad, y toda debilidad, una señal de rendimiento. La narrativa se invierte; cuanto más frágil el país, más atractivo el trade. Así, el riesgo país cae -no por solvencia, sino por euforia especulativa-, mientras el capital entra por una puerta; prepara su salida por la otra.
El carry trade argentino es un mecanismo de tiempo invertido; el futuro se cobra hoy, y el costo se patea a 2026 o 2027. Caputo lo sabe y lo promueve con convicción. Cada vez que un fondo renueva su posición, se celebra como “éxito de gestión”. Lo que en otros países se llamaría apalancamiento corto, aquí se traduce como “consolidación del programa”. Pero la alquimia es insostenible; el Tesoro enfrenta vencimientos inmediatos por 51 Billones de pesos en los próximos tres meses-noviembre-diciembre-enero, mientras la última licitación apenas previa a la elección, logró rollover del 57%. En ese contexto, el ingreso de flujos externos se convierte en el único oxígeno disponible. De allí la importancia del auxilio de Uncle Scotty -esa línea de 40.000 millones que promete “cubrir los vencimientos hasta 2027”-, un salvavidas geopolítico que garantiza la continuidad del experimento, no su éxito.
El relato del “regreso de la confianza” descansa sobre ese pilar; la subordinación voluntaria a la lógica del capital extranjero. Como diría Appadurai, la imaginación financiera actúa como tecnología de gobierno; la promesa de flujos futuros ordena la política presente. Y así, mientras el gobierno anuncia “recuperación”, lo que realmente ocurre es una reprimarización financiera; la economía se reduce a un set de instrumentos de deuda transables, los activos productivos se licúan, y el país se transforma en un activo especulativo global.
La épica oficial presenta a los inversores como héroes y a los ciudadanos como espectadores. Los primeros celebran el spread; los segundos pagan el ajuste.
En septiembre, el Banco Central tuvo que vender u$s11.000 millones para contener la dolarización preelectoral. En paralelo, como dijimos, las reservas netas siguen negativas en más de 10.000 millones, y el gobierno acumula compromisos dólar link y futuros por otros 9.000 millones. Pero una prensa aplaude; “el mercado confía”. El “milagro argentino” consiste, en definitiva, en haber convertido el endeudamiento en narrativa épica. La cobertura financiera es descrita como prudencia; la dolarización, como madurez; y la dependencia de Washington, como señal de responsabilidad global. Todo lo que antes era síntoma, hoy se celebra como éxito.
El ministro Caputo, en su rol de chief storyteller, no emite comunicados; emite frames de estabilidad. Su política es pura escenografía monetaria. Y el mercado, encantado con la función, aplaude el gesto y vuelve a entrar, sabiendo que la música durará lo que dure el spread.
Sin embargo, como todo régimen de arbitraje, el desenlace está escrito; el carry trade no termina, se agota. Cuando la tasa de interés local deja de compensar el riesgo cambiario, los flujos giran en sentido contrario, y el espejismo se disuelve. El país que parecía haber domado su inflación vuelve a ser noticia por su volatilidad. Los mismos analistas que hoy elogian la disciplina fiscal mañana escribirán columnas sobre “la nueva crisis argentina”. Y entonces se dirá que nadie lo vio venir, aunque -como siempre- todos lo sabían.
En la historia económica argentina, los ciclos no se repiten; se refinancian. El actual modelo Milei-Caputo es simplemente una versión hiperfinanciarizada del déjà vu; el carry trade como política de Estado, la deuda como instrumento de narrativa y el ajuste como moral. Una república donde la tasa manda, el dólar predica y el ministro sonríe.
Profesor de MBA y de Finanzas en tiempos irracionales. YouTube: @DrPabloTigani, en X: @pablotigani









