El resultado práctico no es fortalecer la seguridad de suministro ni la soberanía tecnológica, sino preparar la empresa para su enajenación parcial.
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Avanza el proceso de privatización de Nucleoeléctrica Argentina

Privatizar en su mejor momento es una pésima praxis de política pública. Argentina pertenece al selecto grupo de países que dominan la energía nuclear con fines pacíficos; desprenderse de un activo estratégico en la cresta de su productividad implica sacrificar previsibilidad y estrategia a cambio de un atajo político.
¿Quién compra el 44% sin control, con tarifa regulada y una central parada?
La pregunta no es menor. ¿Qué inversor serio entra a un 44% sin control accionario, con tarifas reguladas por la Secretaría de Energía y con Atucha I fuera de servicio por la extensión de vida? Incluso voces no estatistas, como Julián Gadano, señalaron el sinsentido: vender sin ceder control desalienta el interés privado y, en estas condiciones, el activo pierde atractivo.
En lugar de robustecer gobernanza, tarifas y cronogramas de inversión, se fuerza una privatización parcial simbólica, de pésimo timing.
Soberanía tecnológica vs. “señales” pro-mercado
El valor de NA-SA no se limita a sus 1.763 MW instalados. Su fortaleza es integrar el sistema nuclear argentino: operar y mantener centrales, articular con la CNEA, sostener el ciclo de combustible y proyectos estratégicos como el CAREM o la producción de agua pesada.
La Asociación Física Argentina fijó posición institucional: “No privatizar NA-SA”, por razones técnicas, económicas y de seguridad. Contribuye de manera estable a más del 7% de la matriz eléctrica nacional y con mínima huella de carbono.
El rumbo razonable no es vender, sino expandir la capacidad nuclear con reglas claras que garanticen energía limpia y accesible, sin convertir un activo estratégico en negocio para pocos
Conclusión política
Vender acciones de NA-SA hoy no mejora la política nuclear, no abarata la electricidad ni asegura inversiones. Es, en el mejor de los casos, un gesto de caja que hipoteca soberanía tecnológica y entrega un activo en plena madurez.
Lo que está en juego no es una empresa más: es el futuro del desarrollo nuclear argentino. Por eso, el Congreso y la comunidad científica tienen razones de peso para bloquear esta operación y concentrar esfuerzos en lo urgente: culminar la extensión de vida de Atucha I y retomar la agenda de investigación y desarrollo —CAREM, combustible y agua pesada— bajo conducción pública.



